top of page

LA HUELLA DE VIERNES (III) El rasgo unario

  • Foto del escritor: CAROLA ORLER
    CAROLA ORLER
  • 27 ago
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 28 ago


En la pérdida originaria ubicamos La cosa, en su desaparición, desde donde ésta provoca la emergencia de lo numerable, así como del 0 surge el 1. Así, la base del Uno revela estar constituida por el lugar de una falta. Lacan afirma que en el universo de discurso no hay nada que contenga todo, es importante distinguir el Uno de la totalidad -que refuta diciendo que a nivel del discurso no hay universo- del uno contable, que por naturaleza se escapa y se desliza a ser uno, a repetirse, a volver a cerrarse sobre sí mismo, instaurando la falta de que se trata, cuando se trata de instituir el sujeto (Lacan J. Seminario 14, clase 14).


En estas conceptualizaciones Lacan investiga en las matemáticas, a partir de éstas el número no es otra cosa que esta suerte de multiplicidad que surge precisamente de la introducción de las unidades; esto lo incita a subrayar que en su surgimiento el Uno no es unívoco, sino bífido (lat. bífidus, partido en dos),  es el Uno que opera con el Cero. Se trata del Uno contable, no unificador, que remite a la diferencia. El rasgo unario es entonces soporte como tal de la diferencia (en el seminario 9 de Lacan, en la clase 5, aparece por primera vez el rasgo unario de esta manera). 


Detengámonos en este tema del número: la originalidad absoluta de la mirada que el número fija en el mundo, es que, a su modo de ver, todos los objetos "son los mismos”, pero no son lo mismo. El número juega en dos terrenos, lo parecido y lo diferente. Las cosas que quieren enumerarse son parecidas en tanto que son; son diferentes en tanto que no son lo mismo. Si no fueran diferentes, solo habría un objeto en el mundo. Ante un montón de objetos juntos, dar cuenta de esa coexistencia es decir “cuantos” son. Para hacer  cuatro sillas, es preciso no querer distinguirlas, y al mismo tiempo es necesario estar convencido de que cada una de ellas no es una de las otras. Lacan pregunta: ¿No es ésta la mirada del cazador cuando cuenta sus presas? 


ree

Las marcas numéricas mas antiguas datan de las primeras civilizaciones, del Paleolítico. Los hombres tuvieron que aprender a conservar los números, como aprendieron a conservar el  fuego. Tenian para ello un soporte, el hueso que resiste al tiempo y a la humedad. Habiendo un conjunto de animales, cosas, hombres, ¿cómo memorizar cuántos hay sin tener una idea de número? haciendo  una marca para cada cosa, una muesca. Se han encontrado huesos numéricos de casi 30000 años de antigüedad. (Guedj. El imperio de las cifras y los números)


A esta marca remite el rasgo unario, soporte como tal de la diferencia. En la cadena  significante sólo hay existencia sobre un fondo de inexistencia. El sujeto se define por lo que representa un significante S1, para otro significante S2 a partir de una vacuidad imposible de decir dónde reside su goce. El Nombre del Padre es quien permite una coordinación del goce con la contabilidad, esto asegura el ordenamiento de la cadena. El S2, es el que da sentido el S1, remite a un segundo momento donde el S1 que representa al sujeto pueda significar. Al  igual que el S1, viene del Gran Otro. Es el enchufe en el par significante lo que produce un  pare al goce. El S2 desplaza al sujeto de ese primer lugar de goce "Pedro", hace que un resto  del goce se desplace sobre el sentido como jouissance[1]. Juis: yo gozo j'ouis: yo entiendo, yo oigo, S1. Sens, sentido.


Esta sustitución de "el bebé más lindo del mundo", S1, por “eres mi  hijo" S2. S2 tacha al S1, así el Gran Otro, viene a barrarse, descompletarse S(A) (A barrado):  El “eres mi hijo" le refiere al nombre del Padre, la madre aparece regulada cuando ella metaforiza un significante para otro. 

Entre S1 y S2, cae a, como objeto real. Antes de esto S1-a: lalengua: goce, producción original,  allí el niño consiente a ser objeto de goce. Luego S2: sentido: la lengua, producción social. 


Dijimos que Lacan cuestiona la noción según la cual la palabra tendría como función la  comunicación, y pone de relieve que fundamentalmente participa de un goce no dirigido a un interlocutor. De este modo aísla la existencia de ese otro nivel, el de un registro de los equívocos que excede toda definición: lalengua. Es aestrucutrada, toca a lo real y sirve para algo muy distinto que para la comunicación”.[2]  No se trata en ella del sentido, sino del goce. 


Esto es lo que marca inicialmente la relación del pequeño sujeto al significante ¿Quién no sabe que el significante es ante todo goce? dice Lacan. En lalengua reside un saber que va más allá  de la conciencia del sujeto, esta constituida por Unos que se repiten, pero no se totalizan con su repetición, lo que se capta en "nadas de sentido”, hechos de no-sentido, como lo reconocemos en los sueños, los lapsus, o las palabras del sujeto. Para que se produzcan efectos de sentido, es preciso que a los S1 de lalengua vengan a añadirse otros significantes S2 que constituyen la lengua, y el sentido discursivo. 




ree

Es posible pensar el S1 como el nombre propio, éste designa objetos o individuos del universo, personas, cosas o sucesos. Gramaticalmente puede ser el sujeto de una frase; en la lengua el nombre propio es lo que no se traduce, lo que se repite. Lacan dice que si lo pensamos como significante el nombre propio muestra una rebeldía esencial: no es como los otros, carece de significado. Eso que singulariza el nombre propio es que él es, dentro del lenguaje, el nombre que apunta a lo real,  en tanto que imposible de decir, apunta a eso que hace agujero, apunta al ser en tanto que falta a su lugar.[3] 


Lacan cita a Mill quien pone el acento en lo que un nombre propio se distingue de un nombre  común, éste se encuentra del lado de algo que está a nivel del sentido; el nombre común parece concernir al objeto en tanto que con él conlleva un sentido. Si algo es un nombre  propio, es en la medida en que no es el sentido del objeto lo que lleva con él, sino algo del  orden de una marca aplicada de alguna manera sobre el objeto, superpuesta a él, ausente de sentido. Como la huella de Viernes, en la que Lacan juega con el doble sentido de pas de sens:  paso de sentido y nada de sentido, refiere así al significante en su posibilidad de desaparecer y  reaparecer de nuevo, pas de traces (no hay huellas) y traces de pas (huellas de pasos), lo que constituye la marca del sujeto como tal. 


El nombre propio lleva incluso la huella bajo esta forma que de un lenguaje a otro no se traduce, puesto que se transpone simplemente, se transfiere, y está alli justamente su característica: "me llamo Lacan en todas las lenguas, y ustedes también cada uno por su  nombre". 


El nombre propio implica también haberlo recibido del Otro, el sujeto habla, y por esto no  puede hacer sino como siempre, "una vez más, nombrarse sin saberlo, sin saber con qué nombre”. De ahí que podamos considerar que el nombre propio "siempre es extranjero”. Para devenir sujeto hay que asirse, sujetarse a un significante. La subjetividad depende  de esa marca significante, que hace huella del Otro.


En Notas sobre la pizarra mágica, Freud dice tras explicar el funcionamiento de ésta: “es fácil comprobar que en la tablilla de cera misma se conserva la huella duradera de lo escrito, legible con una iluminación adecuada. Por lo tanto, el artificio no solo ofrece, como la pizarra escolar, una superficie receptiva siempre utilizable, sino también huellas duraderas de los caracteres”, huellas que hacen trazo, letra. El S1 de este modo es significante,  es marca, huella de  una  experiencia de goce. Sin embargo, es por estar presente el significante que el goce no es  completo. El hombre repite signos,  trazos, sin poder alcanzar la cosa perdida,  se vuelve  deseante, sediento de un imposible retorno a aquella primera vez, así, entre el sujeto y la cosa, como entre la luna y el sol, no hay encuentro posible, ¿es un encuentro el eclipse?


[1] jouissance (goce), del verbo jouir (gozar). Volver este goce (jouissance) posible, es lo mismo que lo que yo escribiré: y'oigo-sentido ('ouis-sens). Es lo mismo que oir (ouir) un sentido (sens)". "En el análisis se trata de sutura y de empalmes". Lacan, J. seminario 23, 70-71.

 [2] Maleval, J.C, p.131

[3] Fefer, La lógica de la cura, EOL

 
 
bottom of page