LA HUELLA DE VIERNES (II) La Pulsión
- CAROLA ORLER

- 22 jul
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“La pregunta del Otro que regresa al sujeto desde el lugar de donde espera un oráculo, bajo la etiqueta de un Che vuoi? ¿qué quieres?, es la que conduce mejor al camino de su propio deseo…” Lacan, J. Escritos 775
Lacan toma como referencia a Jacques Cazotte, en El diablo enamorado, cuando define el deseo del hombre como deseo del Otro. En el origen del sujeto la pulsión sexual hace su entrada anudada al discurso del Otro.
La condición de sometimiento al significante implica para el ser humano un deslinde del registro biológico, el concepto de pulsión lleva a pensar cómo la sexualidad irrumpe en el ser hablante, produciendo la pérdida del organismo biológico, construyéndolo en su carácter de pulsional y discursivo.
A partir del concepto de pulsión se pierde el sujeto de la necesidad pura, el valor unívoco del objeto y el organismo como puro organismo viviente.
La fuerza que impulsa la pulsión es una fuerza constante, no momentánea, ya que no conoce la satisfacción, no se trata del alimento, no es la leche lo que calma al bebé. Si la inclusión del sujeto en la estructura del lenguaje hace que se pierda el valor unívoco de la cosa, siendo éste el precio que paga el ser humano por esa inclusión, se trata de la satisfacción entonces en zonas parciales del cuerpo.
Estas zonas dependerán de las huellas mnémicas de satisfacción que refieren a la vivencia de satisfacción del sujeto cuando es asistido por otro ante el apremio de la vida. En un comienzo el grito o pataleo del bebé no quiere decir nada, es el Otro el que lo significa como un llamado, interpreta ese sinsentido como llamado, luego aporta el alimento, la acción específica y desaparece la tensión, la madre hace del llanto un llamado, pero no aparece solamente la leche, aparecen las caricias, los roces y fundamentalmente aparece un discurso. Todo esto se inscribe como S1, huella de ese modelo inalcanzable, ideal, imposible de ser reencontrado.
Por la inclusión en el lenguaje el sujeto demanda, así se pierde la pura necesidad por esta inclusión en lo simbólico, hablar de demanda implica el paso por el significante. La fuerza constante de lo pulsional nos permite pensar la constitución del sujeto del deseo, por la intervención significativa del Otro. El deseo emerge como deseo del Otro, ya que este Otro introduce sentido donde aún no lo hay.

Tomemos lo que sucede con la Voz. De a poco el niño accede a la unidad fonética o sonido en forma imitativa, al fonema, a la sílaba, a la palabra, si bien todo esto se manifiesta de modo sincrónico en el discurso de la madre. El sonido en este primer tiempo toma el valor de la voz, despojada aún del significante, el niño queda fascinado y sometido a este sin sentido, falto de significación, sonidos que remiten al goce y a la angustia. La voz conlleva siempre un resto, que implica el goce de hablar y escucharse, implica un goce prehistórico, que adviene de escuchar al Otro. La voz seduce más allá de la palabra pronunciada, no importa lo que se diga, es intento de escuchar más allá de lo que se exprese. Pulsión invocante le llama Lacan, que se puede pensar en el origen de toda pulsión. Cuando la madre ofrece el pecho, dice “chupa”, la oferta se transforma en una demanda, la ingestión de la leche implica la introyección del símbolo, es una orden en términos de discurso. No es solo el contacto corporal lo que erogeniza el cuerpo del bebé, lo que lo hace cuerpo es el hecho de ser hablado, la función simbólica.
Es imposible para el bebé humano sustraerse a la voz y sus tonos. Lacan juega con la relación humano-humus, como esa tierra fértil del lenguaje donde se aloja el sujeto. El niño es seducido por la voz y la palabra y así encuentra su lugar en el discurso del Otro, sin que tenga posibilidad de responder al sentido de la palabra, quedando capturado, hasta la emergencia (para su uso) de la palabra, en la voz y sus tonos, ¿qué puede entender el recién nacido cuando se le propone chupar? Sólo escucha la voz, que luego, bastante más tarde se resignificará como una orden, con el poco sentido que puede tener una orden. En el comienzo el Otro otorga todo el sentido, eso es ser hablado, tiempo de alienación a las demandas del Otro.
La voz sin el valor significante implica en su origen al goce, que se presenta como inaccesible, en relación con la satisfacción de la pulsión. Ésta consiste en rodear a su objeto, en no encontrarlo como tal cada vez y entrar en la insistencia de la repetición. Se trata entonces de un goce inalcanzable, supuesto en el efecto a posteriori de la repetición de una satisfacción dada por un objeto siempre ya perdido, satisfacción siempre errada marcada por el sello de la repetición.
No hay satisfacción sin marca, y al pasar por ella es que se constituye como perdida, esa primera satisfacción primera es perdida, y hallada en la marca (S1); la segunda marca (S2) no repite la primera, la hace existir como perdida. La marca introduce en el goce el marchitamiento (si se repite ya no es el original) del que resulta la pérdida. Esta marca, que Lacan llama el rasgo unario, es lo que subsiste del objeto y es lo que lo ha borrado, como la huella de Viernes, que lo hace presente en su ausencia. Lacan toma la novela de Robinson Crusoe para ilustrar esto.
Carola Orler, notas para el grupo de estudio La huella de Viernes.
Referencias:
Lacan, J. Seminario 9 La identificación.
Lacan, J. Seminario 10 La angustia.
Lacan, J. Seminario 17 El reverso del psicoanálisis.
Pommier, G. La excepción femenina. Ensayo sobre los impases del goce.
Porge, E. Jacques Lacan un psicoanalista. Recorrido de una enseñanza.






