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LA HUELLA DE VIERNES (I)

  • Foto del escritor: CAROLA ORLER
    CAROLA ORLER
  • 5 jun
  • 7 Min. de lectura


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“Robinson Crusoe pasea por una de las playas de la isla en la que una inoportuna tormenta con su correspondiente naufragio le ha confinado. Lleva su loro al hombro y se protege del sol gracias a la sombrilla fabricada con hojas de palmera que le tiene justificadamente orgulloso de su habilidad. Piensa que, dadas las circunstancias, no se puede decir que se las haya arreglado del todo mal. Ahora tiene un refugio en el que guarecerse de las inclemencias del tiempo y del asalto de las fieras, sabe dónde conseguir alimento y bebida, tiene vestidos que le abriguen y que él mismo se ha hecho con elementos naturales de la isla, los dóciles servicios de un rebañito de cabras, etc. En fin, que sabe cómo arreglárselas para llevar más o menos su buena vida de náufrago solitario. Sigue paseando Robinson y está tan contento de sí mismo que por un momento le parece que no echa nada de menos. De pronto, se detiene con sobresalto. Allí, en la arena blanca, se dibuja una marca que va a revolucionar toda su pacífica existencia: la huella de un pie humano". (Savater, F)


Así leemos el encuentro que hace Robinson “…y no, no me había equivocado: era la huella de un pie humano, los dedos, el talón, en fin todas las señales de un pie. ¿Cómo había llegado hasta aquel sitio? Lo ignoraba, no podía imaginarlo siquiera. Como un hombre extraviado volví a mi casa, casi sin posar el pie, como vulgarmente se dice, en la tierra que pisaba. Aterrorizado por el miedo, volvía la vista a cada paso detrás de mí, y tomaba por hombres a los árboles y arbustos, y finalmente a todo lo que se hallaba a alguna distancia”. (Defoe, D)  


Hasta aquí Robinson no había tenido más desafíos que los de la naturaleza, la sobrevivencia en esa isla dependía de su protección contra los animales, las tormentas... ahora, con esa huella todo cambia, su humanidad entera se pone en cuestión al reconocer la presencia de otro humano, la naturaleza misma se humaniza, empieza a temerle, pero ya no por sus inclemencias sino porque cobra la forma del otro.


“Ante los elementos o las bestias, Robinson ha podido comportarse sin atender a nada más que a su necesidad de supervivencia. Se trataba de ver si podía con ellos o ellos podían con él, sin otras complicaciones. Pero ante seres humanos la cosa ya no es tan simple. Debe sobrevivir, desde luego, pero ya no de cualquier modo. Si Robinson se ha convertido en una fiera como las demás que rondan por la selva, a causa de su soledad y su desventura, no se preocupará más que de si el desconocido causante de la huella es un enemigo a eliminar o una presa a devorar. Pero si aún quiere seguir siendo un hombre… Entonces se las va a ver no ya con una presa o un simple enemigo, sino con un rival o un posible compañero; en cualquier caso, es con un semejante”. (Savater F.)


El dilema ético se impone, ya no se trata de sobrevivir como un animal, sino de aceptar en su condición humana la obligatoriedad de la relación al Otro/otro. 


“¿Hasta qué punto era Viernes semejante a Robinson? Por un lado, un europeo del siglo XVII, poseedor de los conocimientos científicos más avanzados de su época, educado en la religión cristiana, familiarizado con los mitos homéricos y con la imprenta; por otro, un salvaje caníbal de los mares del Sur, sin más cultura que la tradición oral de su tribu, creyente en una religión politeísta y desconocedor de la existencia de las grandes ciudades contemporáneas como Londres o Ámsterdam. Todo era diferente del uno al otro: color de la piel, aficiones culinarias, entretenimientos... Seguro que por las noches ni siquiera sus sueños tenían nada en común. Y sin  embargo, pese a tantas diferencias, también había entre ellos rasgos fundamentalmente parecidos, semejanzas esenciales que Robinson no compartía con ningún árbol o manantial de la tierra ni con ninguna isla. Para empezar, ambos hablaban, aunque fuese en lenguas muy distintas”. (Savater, F.)


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Más allá de esta referencia literaria de Savater, importa abocarnos a lo que es nuestro tema de estudio, en la lectura de los Escritos de Lacan y su retorno a Freud. Nos centraremos en la siguiente afirmación: nos humanizamos por la palabra, en la dependencia al Otro que es el orden del lenguaje y a ese otro humano que nos ha hecho herederos de esta condición. La huella importa porque refiere a ese punto originario del goce, a esa marca que humaniza porque nos es impresa por otro humano, y que conlleva una pregunta por la ética de la relación al otro.


El psicoanálisis aborda lo que llamamos la sobredeterminación del sujeto, sobredeterminación que toma su sentido en el orden del lenguaje, es en ese orden que el sujeto es determinado por  el Otro. Lacan propone una doble referencia a la palabra y al lenguaje, en tanto que para liberar la palabra del sujeto, lo introducimos en el lenguaje primero “en el cual más allá de lo que nos dice de él, ya nos habla sin saberlo”  (Lacan, J. Escritos p.282))


En ese lenguaje primero es donde el sujeto encuentra sus referentes, incluso antes de nacer. Lacan pone en cuestión la concepción del lenguaje como comunicación,  como señal por la cual el emisor informa al receptor de algo por medio de un cierto código. Y en esto muestra la  insuficiencia de la noción del lenguaje-signo por la manifestación en el reino animal. Da el ejemplo de la abeja, que de regreso de su libación a la colmena, transmite a sus compañeras por dos clases de danzas la indicación de la existencia de un botín próximo o bien lejano, su wagging dance y la frecuencia de los trayectos que la abeja cumple en un tiempo dado, designan exactamente la dirección y la distancia hasta varios kilómetros a que se encuentra el  botín, y las otras abejas responden a este mensaje dirigiéndose inmediatamente hacia el lugar así designado. Se trata sin duda de un código, o de un sistema de señales. Sin embargo, ¿es esto un lenguaje? Justamente se distingue de él por la correlación fija de sus signos con la realidad que significan. Mientras que si atendemos a la estructura del lenguaje, es en tanto justamente para el hombre la comunicación es fallida. Al animal no se le plantea el problema de la verdad, ¿podríamos ver a una abeja engañar a sus compañeras y enviarlas en dirección equivocada?.


El ser hablante tiene la posibilidad de decir otra cosa en aquello que deja oír. Lacan parte de  una hipótesis absolutamente central e intransigente: la supremacía del significante en la especie humana. Parte de la base de que el ser humano es el ser que habla, lo llama "parletre", neologismo con que refiere a parler (hablar) y etre (ser), marcando en esto la diferencia central con el animal. 


Afirma entonces, que si el significante es central es porque es la palabra, la palabra en tanto es capaz de remitir a más de un significado, como sucede en el chiste. Para que haya chiste tiene que haber un fenómeno de palabra, la palabra suprime un sentido para hacer surgir otro, y es que lo propio de la huella es que puede ser borrada, es lo propio del significante dirá más adelante Lacan. Por ahora nos centraremos en que además de esa sustitución de significado, el chiste necesita ser contado, requiere de la invocación al otro, es una demanda dirigida al Otro para que sancione eso que el yo a solas no puede.


Con la huella de Viernes una presencia humana se vuelve relevante en la vida de Robinson. Se trata de otro ¿amigo o enemigo? ¿qué palabras recibirá del otro? ¿qué palabras ofrecerá? 


Decir que el significante tiene primacía por sobre el significado es decir que el sujeto está determinado por lo que dice y lo que no dice, más allá de lo que quiere decir. ¿Quién habla en el lapsus? o también, ¿por qué habría malas palabras o garabatos? ¿qué define a un garabato como tal? Freud relata del Hombre de las ratas: "Cuando él era todavía muy pequeño (...) (3,4 años) debe de haber emprendido algo enojoso, por lo cual el padre le pegó. Y entonces el pilluelo fue presa de una ira terrible e insultaba bajo los golpes del padre. Pero como aún no conocía palabras insultantes, recurrió a todos los nombres de objetos que se le iban ocurriendo, y decía: ¡Eh, tú, lámpara, pañuelo, plato!, etc. El padre, sacudido, cesó de pegarle y expresó: ¡Este chico será un gran hombre o un gran criminal!” (Freud, S. Tomo X, p.161). Freud agrega que la alternativa era incompleta porque el padre no pensó en el desenlace más frecuente de un “apasionamiento tan prematuro: la neurosis”.


Cuando Freud afirma que de esto deviene la neurosis es justamente porque lo que está en juego es el inconsciente, inconsciente que, como dice Lacan, está estructurado como un lenguaje. Esto implica que entre el significante y la cosa hay una barrera infranqueable, estructural, no hay de la representación unívoca de la cosa en la palabra. El lenguaje no es unívoco, no va en una sola dirección, cuando el adulto espera de un niño “que no moleste”, “que se porte bien”, el significado de ese buen comportamiento puede escapar al niño cuyo cuerpo inquieto interroga al adulto y sus expectativas. El significante no va ligado a un significado, para este adulto portarse bien refiere a algo que no es significado inequívocamente en sus palabras, y ése es el encuentro que hace el niño, quien desde un primer momento será en el Gran Otro donde hallará los significantes que lo representan. Es porque primeramente el sujeto acepta este lugar en el Otro, dice sí a su condición de ser hablado, que podrá ser hablante.


Carola Orler, notas que dan inicio al grupo de estudio La huella de Viernes.


Referencias:

Defoe, D. Robinson Crusoe

Freud, S. Ed. Amorrortu, 1976/2000. Tomo X. A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el “Hombre de las Ratas”) (1909)

Lacan, J. Escritos 1. Ed. SXXI, 1985. Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis.

Savater, Fernando. Ética para Amador



 

 

 
 
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