LO QUE LACAN SABÍA.
- CAROLA ORLER

- 16 sept
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El trabajo de Vilma Coccoz nos recuerda el valor de la transferencia en el psicoanálisis, para quien lo estudia en torno a un maestro, y desde su propia subjetividad, ya que es imposible no sentirse concernido; y para quien acude a un analista.
¿A qué llamamos transferencia? a ese lugar de saber que el analista detenta para quien consulta. Hoy en día no es muy sencillo hablar de la autoridad de alguien en relación al saber, un saber que tanto se ha "democratizado". Puede estar mal visto que alguien detente un lugar excepcional. Para muchos es inentendible sostener muchos años un análisis y una formación en torno a un maestro, a un analista. Sin embargo, para la autora, como ella misma lo dice, ahí estaba Lacan, quien realizó un camino de enseñanza que muchos de una u otra manera intentamos recorrer.
En los años 50 se había perdido lo vivo de la enseñanza de Freud, la práctica analítica se había convertido en una rutina, uno de los pocos acuerdos de los psicoanalistas era la duración de la sesión en 50 minutos. Lacan se dedicó a cuestionar esas fijezas y a realizar un comentario crítico de la obra de Freud, y hoy todos nos beneficiamos de ese trabajo infatigable y lúcido. Desde ahí su lugar excepcional, lugar que insistió en sostener cuestionando cualquier parecido al Amo. Freud y Lacan, se levantaron contra el discurso del Amo, de la experticia, de los que se creen "intachables" y van diciendo a la gente cómo comportarse. Lo que un análisis enseña es que el problema de la vida es una condición estructural al ser hablante.
La gran dificultad de estos tiempos es que el discurso del Amo determina que debemos sucumbir, comulgar con diagnósticos y evaluaciones, trastornos y estadísticas, de ahí que cualquiera deba identificarse a un trastorno como identidad. Del clásico "eres loca" pasamos al "eres bipolar" y de ahí cada uno se ubica en un lugar, "soy TOC" dijo alguien por ahí.
La autora propone el interés por el inconsciente como modo de llegar al saber analítico, pasando por el no saber que el propio inconsciente impone con la forma de pregunta que asume. Que las personas que se acercan al discurso analítico tengan la convicción de que su vida merece la pena, de que su inconsciente merece la pena. ¿De qué manera el lenguaje que determina al sujeto, ha hecho mella en su ser? Esa es la singularidad de cada ser humano.
Acudir a un analista implica reconocer que el gran problema de la vida es el de la satisfacción. ¿Cómo hacemos para que la vida se vuelva más satisfactoria, que no sea tan desgraciada, tan difícil? ¿Qué problemas nos trae nuestra manera de existir? El recorrido de un análisis permitiría reconocer que no se trata de la insoportable levedad del ser, sino ¡de llegar a reconocer la feliz levedad del ser!
Un hermoso, pequeño pero gran libro, que contagia el deseo que se juega en la posición de analizante.
Carola Orler